lunes, 17 de noviembre de 2008

Cursillo de Lógica. 7

Clase nº 7
"Introducción a la lógica" de I.M.Copi

Clase nº 7: "Introducción a la lógica" de I.M.Copi.
"Al que ha experimentado la descomposición de su yo, le enseñamos que los trozos pueden acoplarse siempre en el orden que se quiera, y con ellos se logra una ilimitada diversidad en el juego de la vida."

Herman Hesse. (El lobo estepario). pag. 211

"En verdad, no es la menor de las tareas del lógico indicar las trampas que pone el lenguaje en el camino del pensador.

Gottlob Frege (en Copi, pag. 47)

II.1. "Las tres funciones básicas del lenguaje" (pags. 47 a 51)

La gente se comunica; no puede estar sin comunicarse. Un castigo, de los más duros que la crueldad del ser humano ha inventado, es el aislamiento. Y a las personas no se las aisla de los sonidos, de los colores, ni siquiera de la vista e interacción con otros animales; lo que resulta torturador es la imposibilidad de dialogar con nuestros semejantes. Se podría decir (sin exageración) que estamos programados genéticamente para comunicarnos.

El lenguaje, tal como lo conocemos, lo hablamos, lo leemos y lo escribimos es el mejor instrumento para esa comunicación (tambien puedo uno comunicarse tactilmente o incluso por olores; pero estas formas de diálogo son mucho más sutiles y primitivas).

El punto de partida de este capítulo se encuentra en algo trivial, y sin embargo a menudo ignorado: el lenguaje no sólo se lo usa para transmitir información. Más aún, esa función o uso del lenguaje es, proporcionalmente, la menor.

Decir "Buenos dias" no supone, normalmente, comunicar información metereológica sino establecer contacto con otro semejante y darle a entender que seguimos estando en buenas relaciones con él.

George Berkeley lo dice (en "El Tratado sobre los principios del conocimiento humano):

"La comunicación de ideas... no es el principal fin del lenguaje y el único, como se supone comúnmente. Hay otros fines, como el de despertar alguna pasión, estimular o impedir una acción o colocar el espíritu en alguna disposición particular..."

Toda clasificación, además es arbitraria, es discutible. No obstante resulta útil para entender el mundo. Por lo tanto utilizaremos esta triple jerarquización del lenguaje natural, desde el punto de vista de la intención del comunicador:

1. Función informativa.
2. Función expresiva.
3. Función directiva.

En estas tres clases agruparemos toda la multiplicidad y riqueza del uso del lenguaje.

Lo anterior no quita olvidar la casi infinita variedad de usos que el lenguaje natural puede tener, y cuyo único límite está en la inteligencia de sus usuarios. Copi lo destaca así:

"En sus Investigaciones Filosóficas, Ludwig Wittgenstein insistió con razón en que "hay incontables tipos difrentes de usos de los que llamamos símbolos, palabras, oraciones...". Entre los ejemplos sugeridos por Wittgenstein están el dar órdenes, describir la apariencia de un objeto o dar sus medidas, informar sobre un suceso, especular acerca de un suceso, elaborar y poner a prueba una hipótesis, presentar los resultados de un experimento en cuadros y diagramas, construir una teoría, actuar en teatro, cantar, adivinar acertijos, hacer una broma y contarla, resolver un problema de aritmética práctica, traducir de un lenguaje a otro, preguntar, agradecer, maldecir, saludar y orar."

Veremos, más adelante, las complicaciones que surjen de la triple división más arriba sugerida, pero, por ahora, intentemos entenderla.

1. Comunicar información es emitir proposiciones, que pueden ser afirmaciones o negaciones, sobre aquello que nos ocupa. Cuando estamos en presencia de proposiciones (incluyendo los razonamientos) estamos observando el lenguaje en su pura función informativa.

"El discurso informativo es usado para describir el mundo y para razonar acerca de él." (Copi).

Que los hechos descriptos sean importantes o no, generales o particulares eso no interesa. Todo pertenece a la primera función.

Ahora, una conclusión muy importante: cuando el lenguaje se usa 'informativamente' de cualquier cosa que se diga se puede afirmar que es *verdadera* o *falsa*. Los valores de verdad tienen aquí su reino propio.

2. Pero cuando el poeta exclama:

"¡Ah, mi amor es como una rosa roja, roja, recién florecida en primavera..."

el lenguaje ha saltado de registro: ahora está en la función expresiva. No pretende informarnos de como es el mundo, de como funciona o no funciona sino transmitir la emoción de una persona; es la *función expresiva*.

Tampoco hay que pensar, sólo, en el lenguaje artístico. Decir ¡Bravo! ¡Magnífico' o ¡Imbécil! es tambien usar el lenguaje expresivamente.

"El lenguaje tiene una función expresiva cuando se lo usa para dar expansión a sentimientos y emociones, o para comunicarlos" (Copi).

El discurso expresivo puede referirse tanto a las emociones propias del orador, cuanto a las emociones que se pretende estimular en los oyentes. Aquellos discursos de Hitler (modélicos para cualquier dictador o aprendiz de tirano) poca información transmitían, pero emociones a porradas. Así la gente se sentía transportada a otro mundo. Obviamente el discurso puramente informativo, aunque genere emociones, es incapaz de tales resultados delirantes.

De la función expresiva no puede predicarse que sea verdadera o falsa (en el sentido lógico, no psicológico). Se puede decir que es auténtica, hipócrita, espontánea, deliberada, etc. etc.; pero carece de los valores de verdad propios del discurso informativo.

3. Y por último el discuro directivo. Esta función aparece cuando el lenguaje es usado "con el propósito de originar (o impedir) una acción manifiesta" (Copi). Esta orientada a lograr resultados, efectos; a modificar la realidad de alguna manera, o a impedir que se modifique.

Se incluye en esta sección tanto las órdenes como los pedidos. La diferencia que puede haber, si bien existe, no es importante para esta clasificación. Por otra parte se puede modificar rapidamente una orden transformándola en un pedido o una sugerencia agregando, simplemente, un "¡por favor!" o un !me gustaría...!".

Tampoco este tipo de discurso es verdadero o falso. Puede ser oportuno o no, interesante, atractivo, fastidioso o lo que fuere... pero carece, al igual que la categoría anterior, de los valores de verdad lógicos.

Obviamente el lenguaje de la ciencia cae, o debería caer, casi en su totalidad en la función informativa. El arte es basicamente "expresivo" y la politica y la tecnología usan, y mucho, la función directiva.

Sin embargo... en nuestro mundo las cosas no son tan fáciles. A poco de andar veremos como cada expresión humana resulta endiabladamente difícil de clasificar. ¡Pero este lo haremos la semana próxima!

Nota: la última parte del párrafo anterior ¿que función tiene? ¿Es informativa, expresiva o directiva?

II. Ampliación.

Por la extensión del tema siguiente he preferido no incluir, hoy, nada en esta sección.

III. Personajes.

Bertrand Russell

Bertrand Arthur William Russell nació a la acostumbrada edad de 0 años el 18 de mayo de 1872, y murió a la insólita edad de 97 años el 2 de febrero de 1970. Durante casi un siglo vivió una vida asombrosamente rica y turbulenta, alcanzando fama como filólogo y crítico social, como escritor y educador, como miembro de la Cámara de los Lores y como interno de la cárcel de Brixton. Enseñó en muchos de los más prestigiosos centros del mundo, desde Cambridge hasta Harvard y Berkeley. Ganó un premio Nobel, se casó cuatro veces y tuvo numerosas aventuras sentimentales. Fue vilipendiado por su agnosticismo ateo y por su defensa del sexo extra matrimonial. Una lista de las personas con las que trató a lo largo de su vida es como un "Quién es quién" de la civilización occidental.

Una de las cosas sorprendentes de Russell era su extraña mezcla de inconformidad y conformidad, de valores tradicionales y chocante radicalismo. En algunos aspectos parecía en gran manera un producto de la clase alta británica; en otros, parecía un eterno enemigo de la sociedad establecida. Hay fotografías en que aparece a la cabeza de manifestaciones antibélicas vistiendo un traje con chaleco y reloj de bolsillo. Aunque su promesa de "no respetar a las personas respetables" debió marcarle como traidor a su clase social, Bertrand Russell tenía unos antecedentes inigualablemente respetables.

Su abuelo John Russell había sido primer ministro de la Reina Victoria de 1846 a 1852 y de nuevo de 1865 a 1866. Bertrand, que viviría lo suficiente para ver a los humanos paseando por la Luna, recordaba cuando se sentaba en las rodillas regias de Victoria durante las visitas de ésta a la mansión de su abuelo. Claramente, el joven Bertie nació en los más altos escalafones de la sociedad británica decimonónica.

Sin embargo, la vida puede resultar cruel incluso para los poderosos. Russell perdió a sus padres a la edad de cuatro años. Como consecuencia, fue criado por su abuela, quién decidió educarlo no en la escuela, sino en casa con preceptores. El brillante y sensible joven pasó así gran parte de su juventud entre viejos en la taciturna mansión ancestral de Pembroke Lodge, privado de las alegrías despreocupadas de la infancia. Según su propio relato, fue un joven solitario y reprimido que pasó demasiado tiempo cavilando. Caviló sobre el bien y el mal, y en más de una ocasión contempló la posibilidad del suicidio.

Pero de esta infancia solitaria Russell comprendió una lección que le acompañaría hasta el final de su vida. Se trataba del pasaje bíblico favorito de su abuela -"No seguirás la multitud de los que obran mal"-, palabras que servirían para caracterizar la vida de Russell. Llegado el tiempo, Bertie dejó Pembroke Lodge y marchó al Trinity College, en Cambridge, la misma institución que acogió al joven Isaac Newton, más de dos siglos antes. Con su pobre preparación y su intensidad intelectual, pasó por Cambridge como un bicho algo raro, aunque cuajó bien en la vida académica y sobre todo las matemáticas cautivaron su atención.

Fue un flechazo. Russell se vio tremendamente inepto para las ciencias físicas o experimentales, pero las matemáticas -algo impersonal que, en sus propias palabras, podía amar sin ser amado en reciprocidad- se convirtieron en una obsesión. Para Russell, las matemáticas ofrecían una única vía para la certeza y perfección. "Me desagradaba el mundo real -confesaba-, y busqué refugio en el mundo ucrónico, sin cambio ni corrupción ni el fuego fatuo del progreso". Con este espíritu, escribió este ditirambo a las matemáticas, un tributo cuyo exceso está atemperado sólo por la elocuencia: La vida real, para la mayoría de los hombres, es un perpetuo compromiso, en gran manera secundario, entre lo ideal y lo posible; pero el mundo de la razón pura no conoce compromisos, ni limitaciones prácticas, ni barreras par ala actividad creativa que engloba en espléndidos edificios la apasionada aspiración por lo perfecto de la que brotan todas las grandes obras. Lejos de las personas buenas, lejos incluso de los lastimosos hechos de la naturaleza, las generaciones han creado poco a poco un cosmos ordenado, donde puede morar el pensamiento puro como en su natural casa, y donde uno, al menos, de nuestros impulsos más nobles puede escapar del triste exilio del mundo de los hechos.

Como se puede barruntar de las palabras, los aspectos utilitarios de las matemáticas tenían para Russell poco atractivo. Su pasión era por una suerte más pura, más ascética, de razonamiento matemático. En su Introducción a la Filosofía Matemática, Russell describía las dos grandes y contrarias direcciones del pensamiento matemático: "La más familiar... es constructiva, y va hacia una complejidad gradualmente creciente: de los números enteros a las fracciones, números reales y números complejos, de la suma y multiplicación a la diferenciación e integración y a las matemáticas superiores. La otra dirección, menos familiar, avanza... hasta una abstracción y simplicidad lógica cada vez mayor". Esta otra dirección, el movimiento que se aleja de las aplicaciones y complejidad y va hacia los fundamentos y la simplicidad, caracterizaba para Russell a la filosofía matemática. Y aquí es donde se encontraba intelectualmente en su casa.

Su trabajo sobre los fundamentos de las matemáticas fue realizado en Cambridge, primero como estudiante y luego como un miembro de Trinity College. En su empresa se le unió Alfred North Whitehead, un reputado profesor de lógica cuya colaboración con Russell se prolongaría durante décadas de disensiones académicas y personales. Durante al verano de 1900, una época de "intoxicación intelectual", Russell realizó importantes avances en lógica matemática. Fue un período intenso y apasionante para el intelectual de 28 años, quien más tarde recordaría que "empecé a mí mismo que por fin ahora había hecho algo que valía la pena y era consciente de que debía procurar no tirarme a la calle sin haberlo puesto por escrito".

En 1903 Russell publicó un libro de 500 páginas, Los principios de las matemáticas, y más tarde él y Whitehead escribieron los enormes tres volúmenes de los Principia Mathematica que aparecieron en 1910, 1912 y 1913. Éste fue su intento definitivo de reducir todas las matemáticas a las ideas básicas e irrefutables de la lógica. Los Principia estaban tan llenos de símbolos lógicos con exclusión de palabras inglesas que el historiador de las matemáticas, Ivor Grattan-Guinness describió acertadamente una página típica como si fuera semejante a "papel pintado".

La implacable exactitud de estos volúmenes agotó las reservas de Russell, Whitehead y , posiblemente de cualquiera con la paciencia de leerlos. También arruinó sus bolsillo, pues poquísimos lectores decidieron comprar una publicación tan horrorosa. "Ganamos cada uno menos de 50 libras en 10 años", confesó Russell. Pero lo peor es que no está claro que Russell y Whitehead hubieran logrado su misión de reducir todas las matemáticas a la lógica. Lo que estaba claro era que habían producido una obra que sondeó los fundamentos de las matemáticas hasta profundidades inigualadas.

En vísperas de la Primera Guerra Mundial, el cuarentón Bertrand Russell había establecido una marca en la filosofía matemática. Cualquier coetáneo podía haber sospechado que Russell pasaría sus restantes años explorando más a fondo arcanos teoremas de la lógica. Pero esa sospecha había sido infundada, ya que la vida de Russell estaba a punto de desplazarse en notables e inesperadas direcciones.

Muchas fuerzas, internas y externas, le impulsaron, pero la más importante de ellas fue la insensatez de la Primera Guerra Mundial. Russell, al igual que muchos intelectuales británicos, observó cómo una generación entera de jóvenes fue barrida en la carnicería bélica. Repentinamente, la marcha de los símbolos lógicos por una página perdió su importancia. Confesó que, frente a la guerra, "el trabajo que he realizado es muy pequeño e irrelevante para este mundo en el que nos encontramos viviendo".

Bertrand Russell se zambulló en la refriega. Su activismo antibélico le llevó a ser detenido en 1916 y despedido de Cambridge con pérdida de su pasaporte. Esto último le costó perder un puesto es Harvard que andaba esperando. Pero nada de esto silenció sus denuncias mordaces de un esfuerzo de guerra que cada día era más trágico, por lo que resultaba inevitable que sobreviniera un conflicto posterior que estaba latente. Esto ocurrió en 1918, cuando Russell fue detenido de nuevo y encarcelado durante 6 meses en la prisión de Brixton. El vástago de la nobleza se convirtió así en un preso de conciencia.

Pero no fue sólo su postura antibélica la que le acarreó dificultades con la clase dirigente británica. Al menos tuvo otros dos posicionamientos en contra de valores tradicionales. Uno fue su agnosticismo público. Russell criticó no sólo ciertas religiones, sino la religión en general. Era una persona que creía de todo en la supremacía de la razón y consideraba que la teología conducía a la humanidad en direcciones contradictorias e infortunadas. Sus denuncias eran cortantes, poderosas y violentas. Escribió, por ejemplo, que "cuanto más intensa había sido la religión en un período cualquiera y más profundo había sido el pensamiento dogmático, tanto mayor había sido la crueldad". Atacaba a la Iglesia Católica regularmente por su prohibición del control de natalidad, y fue poco más amable con las otras denominaciones cristianas. A los que veían la mano de Dios en el diseño de nuestro universo, preguntaba Russell: "¿Pensáis que si se os concediera la omnipotencia y la omnisciencia y millones de años para perfeccionar vuestro mundo, no habríais producido algo mejor que el Ku Klux Klan o los Fascistas?".

Sus puntos de vista se pueden resumir en sus respuestas a la pregunta de qué es lo que a él particularmente le gustaba de este mundo: "Las matemáticas y el mar, y la teología y la heráldica, las dos primeras cosas porque son humanas, las dos últimas porque son absurdas". Quizá es posible que, cuando se anunció que había muerto en un viaje a China, una revista religiosa publicara en un editorial poco caritativo que "a los misioneros se les podía perdonar el que hayan suspirado aliviados al oír las noticias de la muerte del señor Russell".

Pero si sus opiniones religiosas fueron controvertidas, también lo fueron sus opiniones sobre el sexo y el matrimonio. Había poco fundamento en estricta educación para predecir tamaña heterodoxia. A los 22 años se casó con Alys Pearsall Smith, una cuáquera americana que vivía en Inglaterra. Alys insistió en contraer un matrimonio según el rito cuáquero, a lo que accedió Bertie con su tacto característico: "No te vayas a creer que realmente me importa una ceremonia religiosa...; Cualquier ceremonia religiosa me fastidia".

Al principio, su matrimonio prometía ser eterno, pero en cuestiones del corazón Bertrand Russell tenía poca estabilidad. Un día a comienzos de 1902, mientras paseaba en bicicleta cerca de Cambridge, Russell se dio cuenta de que no amaba a su esposa.

Al constatar esto, inició una serie de aventuras románticas que abarcarían medio siglo y que enredaría a este hombre lógico en un comportamiento que pareció a todo el mundo abiertamente irrazonable. Al parecer se encaprichó de Evelyn Whitehead, la esposa de la persona con la que estaba escribiendo los Principia Mathematica. Tuvo una larga y duradera aventura con Lady Ottoline Morrell, una dama muy conocida de la alta sociedad inglesa y esposa de un político prominente. Tuvieron numerosos encuentros clandestinos en habitaciones de oscuros hoteles. Todo ello resultaba totalmente indecoroso para una persona de talla internacional.

Mientras todo esto ocurría, se divorció de Alys y se casó con Dora Black en 1912. Sobre el papel, su matrimonio duró hasta 1935, pero en 1929 Russell escribía de su segunda mujer: "Ni ella ni yo hacíamos ningún fingimiento de fidelidad conyugal". En estas circunstancias, apenas pudo resultar sorprendente que Dora tuviera un hijo de otro en 1930. pero cuando tuvo un segundo niño con el mismo hombre, aquello fue bastante para Russell, quien pidió el divorcio.

Esto preparó el camino para su tercer matrimonio con Helen Patricia Spence, que duró de 1936 hasta 1952. Entonces, a la edad de 80 años se casó con Edith Finch, una profesora de inglés en Bryn Mawr, y así encontró una compañera con la que pudo pasar felizmente sus últimos años.

Tal conducta dentro y fuera del matrimonio reportó a Bertrand Russell numerosas situaciones comprometidas, especialmente porque siempre estaba dispuesto a discutir sus puntos de vista sobre el sexo, la castidad, la contracepción y temas semejantes. En 1940, en un célebre caso se le excluyó de un puesto de profesor en el City College de Nueva York por orden de la comunidad religiosa y el alcalde Fiorello LaGuardia. Se dijo que Russell no era apto para enseñar, ya que sus puntos de vista se oponían a la religión y aprobaba la promiscuidad. Con claro espíritu de clase, observó en cierta ocasión que los matemáticos enamorados eran iguales que cualquier otro enamorado "excepto, quizá, en que el ocio de la razón los hace ser apasionados hasta el exceso". Bertrand Russell claramente pasó ocioso un tiempo considerable.

Pero también pasó trabajando un tiempo considerable. Durante estos años de controversias siguió siendo un escritor prolífico, que produjo volúmenes de crítica social, tratados de educación e incluso artículos periodísticos de divulgación. Parece un poco incongruente, y sin embargo este activista social se encontró escribiendo de vez en cuando para la revista Glamour y apareciendo como un famoso invitado en un programa de radio de la BBC. Parte de su aceptación popular de debió al hecho de que, a pesar de sus puntos de vista, Bertrand Russell fue una personalidad genuinamente fascinante. En parte fue debido indudablemente al hecho de que sobrevivió a sus enemigos.

Otros dos aspectos de su vida merecen mencionarse. Uno fue su permanente disgusto por el sistema político comunista. En un tiempo en el que muchos intelectuales aplaudieron el ascenso del comunismo como la salvación de la humanidad, Russell, como de costumbre, nadó contra corriente. Sobre unos bases puramente intelectuales, dio dos sucintas razones para oponerse a la filosofía de Karl Marx: "una, que era confuso, y la otra, que su pensamiento estaba casi enteramente inspirado en el odio".

El desdén de Russell por el comunismo iba derecho a sus fuentes, ya que había conocido a Lenin personalmente durante una visita a Moscú en 1920 y había vuelto decepcionado. Su juicio fue tan severo como el del más duro político occidental cuando describía el estado soviético como "un asilo de lunáticos homicidas donde los celadores son los peores". Durante la Segunda Guerra Mundial, que personalmente apoyó, se preguntaba si el enemigo de Inglaterra Hitler era realmente peor que su aliado Stalin.

El otro rasgo sorprendente de Russell fue sus dotes como escritor. Como se ha dicho. escribió sobre muy diversos temas. Pero bien fueran temas filosóficos (por ejemplo, "Nuestro conocimiento del mundo externo como un campo para el método científico en filosofía") o tratados críticos ( por ejemplo, "Un esbozo de las tonterías intelectuales") o livianos relatos populares (por ejemplo, "Si te enamoras de un hombre casado"), su escritura era fresca, provocadora y comprometedora.

Y su estilo tenía un instinto innegable, aunque particularmente teñido con un toque de su mordaz sarcasmo. Cuando escribía sobre la clasificación de la gula como pecado, Russell reflexionaba: "Es un cierto pecado vago, pues es difícil decir dónde el interés legítimo por el alimento cesa y se empieza a incurrir en culpa. ¿Es malo comer algo nutritivo? En ese caso, caeríamos en un riesgo de condenarnos cada vez que comemos una almendra salada". Ridiculizaba a los defensores de los derechos de los animales cuando escribía: "Un igualitario decidido... se verá forzado a considerar a los monos iguales a los seres humanos. ¿Y por qué pararse en los monos? No sé cómo va a oponerse a una razón a favor del voto de las ostras".

Y una vez difirió la escritura de una autobiografía porque: "Tengo una cierta vacilación a empezar... demasiado pronto... por miedo de que algo importante no haya sucedido todavía. Supongamos que terminara mis días como presidente de México; la biografía parecería incompleta si no mencionara este hecho".

Su talento para la escritura fue reconocido de la manera más pública imaginable cuando Bertrand Russell recibió el Premio Novel de Literatura en 1950. Pero, al describir su fórmula para escribir con éxito, Russell dejaba desazonados a los profesores de redacción: Mi profesor me dio varias reglas sencillas, de las que sólo recuerdo dos: "Pon una coma cada dos palabras y nunca uses ''y'' excepto al principio de una sentencia". Su consejo más enfático era que siempre había que reescribir. "Lo intenté a conciencia, pero me encontré mi primer borrador era casi siempre mejor que el segundo. Este descubrimiento me ha ahorrado una enorme cantidad de tiempo."

A lo largo de su vida, desde sus investigaciones matemáticas hasta su encarcelamiento, desde sus numerosas aventuras amorosas hasta su Premio Nobel, Russell se codeó con una notable serie de personas interesantes e influyentes. Su padrino fue Jhon Stuart Mill. Hemos dicho que en una ocasión se sentó en las rodillas de la Reina Victoria. Más tarde gozó de la amistad de Jhon Maynard Keynes, William James y H. G. Wells. Conoció a los escritores Beatrix Potter, D. H. Lawrence, George Bernad Shaw, Joseph Conrad, Aldous Hexley y Rabindranath Tagore. Discípulo suyos fueron Ludwing Wittgenstein y T. S. Eliot. En Rusia entrevistó a Lenin y Trotsky. Y cuenta que a sus clases de 1920 en Pekín asistieron dos jóvenes notablemente radicales, Mao Tse-Tung y Cho En-lai. Tuvo numerosos amigos, desde Albert Einstein hasta Peter Sellers y Winston Churchill. Con respecto a éste último, contaba Russell que una noche cenando en una fiesta "Winston me pidió me pidió que explicara el cálculo diferencial en dos palabras, lo que hice a su satisfacción".

Y por si estas relaciones con los grandes no fueran adecuadas, Russell ocupó en el Trinity College las habitaciones en las que en otro tiempo residió Isaac Newton. Aunque temperamentalmente Russell y Newton no podían ser más diferentes, estos dos ingleses tuvieron cada uno una inteligencia enormemente poderosa y los dos hicieron avanzar las matemáticas de su tiempo hasta nuevas fronteras.

Este trabajo ha sido realizado para el curso de SAEM Thales, Formación a Distancia a través de Internet, por M. Carmen Márquez García, cmgarcia@cica.es

[Comentario de C.S: he tratado de localizar a la autora de esta biografía con el objetivo de pedirle permiso para republicar su trabajo; pero no recibí respuesta. Supongo que su email ya ha cambiado (cosa habitual en estos tiempos). En todo caso, y luego de dudar, me incliné por hacerlo ya que tiene un estilo que me agrada mucho... y deseo compartirlo con los integrantes de esta lista]

Carlos Salinas
27-octubre-2000
Barcelona. España.

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