miércoles, 22 de octubre de 2008

Pensar e información

Pensar sin pensar

Allí donde el cerebro racional se detiene, la inteligencia intuitiva permite respuestas rápidas. Malcolm Gladwell analiza este fenómeno crucial desde la psicología y desde la cultura, a través de una batería de ejemplos
En estos tiempos de sobreinformación, una mente capaz de trabajar bien con un mínimo de información es valiosa    
El tema es delicado porque abre la puerta a glorificar conceptos como intuición, sexto sentido o golpe de vista    
 
ÀLEX BARNET - 02/11/2005

Malcolm Gladwell, durante tiempo periodista en The Washington Post, se hizo famoso hace tres años con su libro La frontera del éxito en el que apuntaba que algunos fenómenos de masas funcionan como contagios, regidos por sus propias leyes y con bruscos puntos de inflexión que se oponen al gradualismo intuitivo con el que observamos el mundo. El título inglés del libro (The tipping point) venía del mundo de la medicina, ya que es el nombre que utilizan los epidemiólogos para bautizar el momento en el que un virus alcanza una masa crítica en su expansión. Gladwell acuñó el concepto cuando trabajaba como reportero para The Washington Post cubriendo temas de salud, lo que le permitió vivir de cerca la expansión del sida, y la utilizó para analizar los negocios, la política, las modas sociales y otros fenómenos. 

El autor, convertido ahora en un gurú de la conducta que da charlas en universidades y centros de formación de empresarios, se centra con Inteligencia intuitiva en un fenómeno que interesa a todos los que investigan el cerebro humano y que puede resumirse como la capacidad que tiene el pensamiento no racional de tomar decisiones instantáneas, a veces con acierto y a menudo en momentos de gran presión para el individuo. Son situaciones en las que el cerebro racional, más lento y que acostumbra a trabajar con una gran cantidad de datos, es aparcado por la biología, que propone una respuesta rápida. Gladwell habla de la confrontación entre el hemisferio visual del cerebro (el derecho) y del verbal (izquierdo) y propone estructurar la espontaneidad para facilitar esta cognición rápida. 

En esta idea está implícita la creencia de que existen unos patrones de razonamiento rápido que, aunque sean difíciles de desentrañar, han de permitir respuestas más eficaces. El tema es interesante porque los neurobiólogos ciertamente han detectado este doble cerebro y porque una mente que sea capaz de trabajar bien con una cantidad mínima de información es valiosa, especialmente en una era de sobreinformación como la nuestra. Pero estamos también ante un tema delicado, porque abre la puerta a cualquier tipo de glorificación de conceptos como intuición, sexto sentido o golpe de vista. Sin olvidar que muchas respuestas espontáneas son erróneas y que en ellas afloran aprioris, estereotipos, prejuicios y similares. 

Gladwell expone una batería interesante de ejemplos. La falsa estatua griega que le colaron al museo californiano J. Paul Getty. Los expertos del museo basaron su diagnóstico en unas pruebas técnicas, que al final resultó que estaban equivocadas, hicieron caso omiso de la evidencia intuitiva que decía que aquella estatua tan vieja parecía demasiado nueva y pagaron una millonada por un kurós de corte muy clásico, pero acabado de fabricar por unos falsificadores. Otro caso es el de Amadou Diallo, un joven de color acribillado por cuatro policías neoyorquinos que no supieron interpretar sus respuestas físicas -estaba aterrorizado y ellos pensaron que iba a agredirles- cuando le dieron el alto en una calle del Bronx. Otro ejemplo son los estudios de Tomkins y Ekman sobre la actitud corporal y verbal de las parejas en una conversación como método para saber las posibilidades de que la unión siga o no en los próximos años. También hay un ejemplo con un veterano oficial del Vietnam que, armado con su sentido práctico del combate, pone en jaque al Pentágono en un juego de estrategia celebrado poco antes de la Guerra del Golfo de verdad. Otro caso explica una investigación sociológica en la que un grupo de aspirantes negros son enviados a comprar coches con descuento y no consiguen su objetivo, ya que los vendedores de Chicago les aplican siempre un precio mucho mayor que a los blancos al verles, sin fisuras, como sujetos a engañar. 

La altura importa 
El autor incluye una curiosa estadística sobre la relación entre el factor altura personal, los puestos de responsabilidad y el estatus económico. "Una persona que mide 1,83, pero idéntica en todo lo demás a otra persona que mide 1,68, ganará una media de 5.525 dólares más al año", escribe Gladwell. Y añade: "¿Se han preguntado alguna vez por qué tantas personas mediocres ascienden a puestos de autoridad en compañías y organizaciones? Se debe a que, cuando se trata incluso de los puestos más importantes, nuestros criterios de selección son bastante menos racionales de lo que pensamos. Vemos a una persona alta y nos derretimos". 

Que escoja aspectos positivos y negativos de la cognición rápida es un buen detalle por parte de Gladwell, ya que al menos el inventario gana en amplitud. Pero al margen de esta variedad, hay poco más, porque el autor es más divertido -no digo sólido ni científico- buscando ejemplos que hacen dudar del pensamiento racional que proponiendo casos y métodos en los que esos dos segundos intuitivos de oro puedan ser decodificables y fiables para todos. La conclusión de Gladwell es que si aprendemos a estructurar la cognición rápida, "a escuchar con los ojos", ganaremos en rapidez y eficacia, ya que en muchos casos el exceso de información ahoga una lectura espontánea correcta de lo que sucede. La primera parte de la conclusión sirve como apunte. La segunda parte es reversible, porque muchas veces acertamos gracias al exceso de información y pese a nuestra primera impresión. 

Los supuestos patrones que han de servir para saber cuando un juicio rápido es correcto no han sido aún descritos y se antojan oscuros y diversos, según las sociedades, los individuos y las situaciones. Tampoco hay que olvidar que para utilizarlos socialmente habría que aprender a defenderse de su lado perverso. El tema de las configuraciones faciales -señales inconscientes del rostro que ayudarían a determinar si alguien dice o no la verdad- es apasionante y preocupante a partes iguales. 

Ese gran desconocido 
Dominando este código, los policías que abatieron a Amadou Diallo tal vez hubiesen entendido que no era un delincuente y que no iba a sacar ninguna pistola. Pero este manual en manos de los políticos -y yo diría que algunos ya lo tienen- es un arma de engaño masivo. Todo esto no quita interés a la idea del doble cerebro, que por otra parte no es original de Gladwell. El tema está ahí y el libro, que resulta menos original en contenido y más farragoso de estilo que su obra anterior, vale sólo como una aproximación superficial al mismo. Y siempre que se lea con la distancia que aconsejan la frase del subtítulo (¿Por qué sabemos la verdad en sólo dos segundos?)o el texto de contraportada que asegura: "Nunca más volverás a pensar de la misma forma". 

La exageración y el esquematismo no por previsibles dejan de molestar. Y más si se comparan con la manera recatada con la que otros abordan el tema. Pienso en la entrevista que Eduard Punset le hace al neurobiólogo Antonio Damasio, de la Universidad de Iowa, en el libro Cara cara con la vida, la mente y el Universo (Destino) y que figura en un apartado de esa obra sabiamente titulado No te puedes fiar del cerebro.

El cerebro es aún un gran desconocido para los científicos y para sus usuarios. Y esto aconseja, ante todo, prudencia. En este contexto, la fórmula de dos segundos para encarar los problemas es sólo un reclamo comercial, fácil y barato. Algo que cualquiera es capaz de entender al primer golpe de vista. 

http://www.lavanguardia.es/web/20051102/51196610434.html

02/11/2005

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