viernes, 15 de agosto de 2008

Mohammed al Fayed

La Vanguardia
Diario de Londres
2001.12.13
DIARIO DE LONDRES


Mis tardes con Al Fayed
RAFAEL RAMOS
RRamos56@aol.com

Uno de mis grandes placeres en Londres son mis tardes con Mohammed al Fayed. Quedamos un sábado de cada dos, a las tres en punto de la tarde, y no precisamente para tomar el té.

Mis citas con Al Fayed, el multimillonario egipcio que es dueño de los almacenes Harrods, son en Craven Cottage. Me bajo del metro en Putney Bridge, y recorro todo el Parque del Obispo, a orillas del río Támesis. Dicen que es el más romántico de Londres, sobre todo a partir de la primavera, cuando las ramás más bajas de los árboles cuelgan tanto que toquetean el agua. A esa hora, justo antes de las tres, hay marea baja, y las orillas son pequeñas playas de pedruscos y arenisca que permiten cruzar en barca de un lado al otro.

Craven Cottage es el estadio del Fulham, y el Fulham es el juguete de Al Fayed, en el que ha volacado todas sus ilusiones desde la muerte de su hijo Dodi -amigo de Diana- y desde que el gobierno Blair le denegó el pasaporte británico por enésima voz, por insistir en que el accidente de París fue en realidad una conspiración para acabar con un romance 'incómodo' y con 'repercusiones constitucionales', como un posible embarazo... Mi amigo Mohammed gana el dinero con Harrods -donde ahora hay un excelente bar de tapas y se puede comer con una copa de cava 'Parxet', de Alella-, y se lo gasta en el Fulham. Paga los sueldos del entrenador francés Jean Tigana, de su compatriota Louis Saha, del portero holandés Edwin Van der Sar, del internacional inglés John Collins, del portugués Luis Boa Morte... El estadio de Craven Cottage es una reliquia de la Inglaterra victoriana, con dos tribunas sin asientos, detrás de las porterías, donde nos instalamos los fanáticos. Hay que llegar pronto, por lo menos media hora antes del partido, para conseguir un buen sitio, a una altura razonable y preferentemente apoyado en una barandilla. Me llevo una novela para matar el rato, sentado sobre el húmedo cemento. El campo tiene un aire antiguo, casi decrépito, con asientos de madera oscura carcomida, columnas que tapan la visión y pasillos siniestros. Desde mi tribuna se ve el río, y los álamos de la orilla opuesta, y cuando el partido es malo, o hay un lesionado, te puedes entretener viendo pasar las piraguas. Los sábados por la tarde es nuestra casa. De Mohammed, y mía, y de otros veinte mil integrantes de la misma tribu.

En Inglaterra hay un considerable racismo, sobre todo entre los 'hooligans' y demás clases de gamberros, pero Al Fayed es adorado en Craven Cottage. A las tres menos cinco sale al césped por el túnel de vestuarios, antes de que lo hagan los jugadores, con un impecable abrigo azul marino, y saludo a los fans con un ligero movimiento de la mano. Craven Cottage le dedica siempre una cerrada ovación. Es la manera de darle las gracias, por haber subido al equipo a primera división, por haberlo sacado de la ruina, por haber fichado estrellas, por haber permitido soñar... Es una ovación corta. En seguida aparecen el árbitro y los futbolistas, y la masa entona el grito tradicional de guerra, en homenaje a otro extranjero: 'Ooooh, aaah, ooooh, aaah, ooooh, aaaah Tigana...'.

Mohammed se sube al palco, que no está en el centro del campo, ni en ninguna de las tribunas, sino en una especie de estructura con forma de casita de campo (de ahí el nombre de 'Cottage'), situada detrás de la esquina de un córner. Desde allí ve el partido, con un 'whiskey' en la mano, acompañado de veinte o treinta invitados, con quienes probablemente aprovecha para hacer negocios. Y cuando Saha, Legwinsky o Boa Morte marcan un gol, se pone en pié como el primero de los hinchas, y parece un niño. Yo lo veo desde la Putney Terrace, de pié, apoyado en la barandilla, con un chocolate caliente en la mano, porque el alcohol no es accesible a las masas, mientras escucho en Radio 5 la retransmisión del 'partido de la jornada' y los goles que se van registrando en todos los demás estadios. Luego, se gane o se pierda, Mohammed desaparece sin saludar, y yo desando el camino por el Parque del Obispo hasta el puente de Putney, y me tomo una caña con unas patatas bravas en un chiringuito español que se llama 'La Rueda', o 'Don Fernando', o 'Tío Pepe', atendido por camareros portugueses, como Boa Morte, pero que ganan mucho menos. Y así son mis tardes con Al Fayed en Craven Cottage, uno de los marcos de referencia de mi vida, y en un rato de incuestionable felicidad, libre, sin compromisos ni ataduras, en el que soy como soy. El Fulham no me pide nada a cambio. Sólo un poco de cariño y lealtad.

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